Un millón de brazos rodearon mi existencia,
no lograba escapar de allí.
Mis intentos eran en vano.
A lo lejos, cruzando la niebla,
se veían dos ojos, casi eternos,
derramando colores y matices.
Y esa músiquita que se escuchaba,
no eran más que trombones y trompetas
estirados en un paisaje vacío y nublado.
Puedo oírte...
Puedo verte al final de los pasillos,
la última puerta del largo pasillo
es tu habitación.
¿Qué hago?
El tiempo se congela cada mañana
y las horas no pasan,
y no veo la salida del laberinto de tu ser.
La muerte es ineludible,
como un toro corriendo hacia mi en un pasillo.
No queda más opción que lanzarme a fallecer
bajo ese árbol torturado por el fuego.
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